
El título no hace justicia a las 1500 páginas de una obra que es historia pura de la humanidad. Al hablar de droga, la gente piensa en la sustancia, pero la historia de las drogas es una historia moral, legal, médica, económica, militar, política, sociológica, cultural, etc. Escohotado es muy crítico con la autoridad, sea militar, política, policial o religiosa.
Historia General de las Drogas bien podría llamarse Historia de la mayor mentira jamás contada a la sociedad. Ciertamente la persecución de las drogas ha generado enormes daños que la sociedad desconoce, por lo que también es la historia de como las personas han decidido no saber lo que pasa a su alrededor. El libro comienza analizando el consumo histórico de drogas en distintas sociedades, en las que las drogas fascinantemente no generaban ningún tipo de delincuencia ni marginalidad. 300 años nos contemplan desde la primera prohibición China, que dio nacimiento a los primeros traficantes. El error seguiría repitiéndose: las mafias y la delincuencia son generadas exclusivamente por la ilegalización. Escohotado nos cuenta como en la edad media la persecución de las drogas se plasmó en la persecución de las brujas, dado que fomentaban el paganismo y la herejía. La cruzada contra las drogas intentando controlar la sociedad. Tras la cruzada médica, y un tiempo en el renacimiento fundamentalmente liberal, donde el consumo de opio y laudano se haría sin grandes problemas sociales, llegó la otra gran cruzada: la de la industria farmacéutica y los médicos, que resultaría en la ilegalización. Dado que la mejor medicina existente era el opio, y la gente utilizaba el alcohol para sedarse y dormir, farmacéuticos y médicos iniciaron la guerra para que los herbolarios no lo pudieran vender, y que todo pasase por sus manos, incluido el alcohol que recetaban para dormir. Es decir, control social y poder político. El Estado lograba control sobre las sustancias más consumidas y demandadas por las personas, así como la justificación para su expansión militar en el Pacífico y américa latina, así como controlar la expansion de China impidiendo que pudiera liderar el cultivo de opio. Comenzaba el imperialismo de USA, indisociable de la cruzada “contra” las drogas. La iglesia que había perdido peso en la sociedad se hace visible mediante el espíritu moral de la prohibición. Las feministas apoyaban la cruzada, prohibiendo el alcohol y hasta los cafés controlaban a sus maridos. Los sindicatos lo apoyaban por xenofobia para perseguir a los chinos que fumaban opio, pero que trabajaban más que ellos. Interesantemente en este inicio de S XX, los mayores consumidores de opio y cocaina eran médicos y boticarios. Y la mayor parte de los adictos eran adictos creados por prescripciones de médicos y boticarios. También se creó la industria de las cárceles, y comenzarían a llenarse de presos. Después comenzarían las muertes por alcohol de contrabando y aquello incómodo de los Al Capone, Genovese, Gambinos, y los políticos a sueldo de las mafias creadas beneficiándose de la ilegalización, naturalmente.
Es justo decir que una cantidad de médicos importante se resistió a dejar de vender opio. 25.000 médicos y 7.000 farmacéuticos serían encarcelados por administrar fundamentalmente opio y morfina a personas que lo solicitaban. Sin embargo, el totalitarismo médico-político-militar avanzaba imparable, pese que a lo largo del siglo XX seguirían habiendo voces discrepantes. Los agentes de lo que posteriormente serían la DEA rebajaron la presión sobre el uso “médico” de “la” droga a cambio de declaraciones de la American Medical Association contra las drogas. Mientras el estado prohibía las drogas, las administraba a los soldados, fundamentalmente anfetamina, y posteriormente heroína e incluso anabolizantes. Posteriormente sucedería lo mismo con el dopaje deportivo, aunque Escohota no se mete aquí.
Uno tras otro, científicos del propio gobierno, políticos, profesores de universidades como Harvard, y todos aquellos cargos importantes que se oponian a la barbarie de la cruzada contra las drogas, iban siendo depurados. Como es de rigor con acusaciones de pervertir la moral desde Sócrates y la posterior quema de libros, las acusaciones de pervertir la moral fueron desfilando. Leary, Marcuse, etc.
En los 60s y 70s, con la contracultura y la oposición a la guerra de Vietnam, luchar “contra las drogas” era el disfraz perfecto para luchar contra las personas que se oponían a la guerra, al autoritarismo estatal, a la violencia policial y al imperialismo americano. La marihuana ponía en bandeja acusarles de delincuentes, comunistas y antiamericanos. Llega a ser llamativo como los Kennedy cuestionan a la FDA la decisión de ilegalizar el LSD. “Como puede ser que un fármaco beneficioso hace 6 meses sea ahora tan malo?”. Lo curioso es que la mujer de Kennedy había sido tratada con LSD por un psiquiatra, satisfactoriamente según declaró en persona. Por supuesto, un ejército de millares de funcionarios, jueces, políticos, policías, servicios secretos se habían convertido en asalariados a costa de la industria en la que se había convertido la cruzada antidroga. Se prohibia una sustancia con una toxicidad bajísima como el cannabis y el LSD, mientras las farmacéuticas vendían píldoras de anfetaminas combinadas con barbitúricos, pentotal, tranquilizantes mayores y sustancias con una toxicidad y abstinencia incomparablemente mayor. Se calcula que el 25% de las mujeres en Inglaterra dormían con barbitúricos, mientras se perseguía al hippie que fumaba un porro, porque representaba un peligro ideológico para el status quo farmacrático y político-militar. Solo gente muy ingenua cree que “la” droga es intrínsecamente dañina y lo que receta un médico “terapéutico”. Esto solo lo cree alguien que no sabe nada de psicofarmacología. El delirio llegó hasta el punto de que el consumo de café llegó a ser condenado con amputaciones en algunos paises, y el opio con pena de muerte. Por el bien de la población, naturalmente.
Especialmente divertida la nomenclatura. Tanto en La Haya como en Ginebra, no había definición de droga, salvo la de aquella sustancia que se quería ilegalizar. Y se quería ilegalizar porque droga era lo que producia adicción. Pero desafortunadamente, tampoco había definición de adicción para poder determinar cuales eran las sustancias adictivas que se querían perseguir. Así que no había definición que sirviera para justificar aquella sustancia llamada droga que producía aquello llamado adicción. Y tampoco se sabía que era aquello de narcótico, que en España se llamaba estupefaciente. Así que se propuso hablar sencillamente de drogas lícitas e ilícitas. Por supuesto las drogas ilícitas eran las que producian adicción, y por fin en 1937 ya se logró definir como una dependencia física con hábito y tolerancia. En 1958 el 75% de los adictos de Noruega y Suecia lo eran a los barbitúricos. Así que ahora solo existía el pequeño problema de explicarle a la población por que barbitúricos y alcohol no eran “estupefacientes”. Por otro lado, el problema de incluir sustancias que no generan este problema como el LSD. Se necesitaba una buena dosis de postmodernismo científicopolicial para tratar de maquillar semánticamente un asunto que no había por donde cogerlo. Al fin y al cabo, intentaron envenenar animales inyectándoles cantidades astronómicas de canabis en vena, pero aparte de una larga siesta, no había manera de que los animales se muriesen para poder llevarlo al telediario. Investigaciones gubernamentales que mostraban las seguridad de todas estas drogas se ocultaron.
Sobre Historia General de las Drogas solo se puede decir que es un tesoro, un libro que hay que leer en la vida para saber el mundo en el que vives. Porque, insisto, no es una historia de la sustancia, es una historia de la humanidad. Hay varias advertencias dignas de mención con el libro.
El primero es que la lectura es densa. Escohota no es el más pedagógico de los autores y siempre da conceptos por sabidos que merecerían una breve contextualización. Aunque es una lectura a mi juicio más accesible que Los Enemigos del Comercio, son 1500 páginas de historia escrita por un filósofo con un uso complejo del lenguaje. Algunos parrafos pueden hacerte entrar en cetosis.
El segundo es que sales desesperanzado. Por lo fácil que es engañar a la población durante tantos siglos, a pesar de tanta información disponible… que a nadie le interesa. Como decía el senador Volstead en 1920, con la ilegalización de las drogas “los barrios bajos serán cosa del pasado, las cárceles quedarán vacías”. Luego como sabemos, con la ilegalización se convertiría en el país con más adictos, yonkis, consumidores de fármacos, presos, criminales, tiroteos y vagabundos del mundo. Nada ha matado más gente que la ilegalización, y los fármacos de prescripción.
10/10